Y ahí estaba yo nuevamente, queriendo sentir que puedo dominar el mundo, sin miedos, ni prejuicios, arriesgándome en llegar a un lugar que no conozco, y peor aún a medianoche, pensé encontrar un calor infernal en tú ciudad, sin embargo hacía un frío criminal, prendí unos cigarrillos para ordenar mis ideas y llamarte.

Un tiempo atrás habías vuelto a escribir, no sé por qué, ¿una carta de recomendación tal vez?, podría  haber redactado que eras un buen chico, pero dijiste que lo hacías por joda, por acabar con mi paciencia, tumbabas mis juegos y timbrabas al celular, y como buena samaritana que soy pensé: "guerra quieres, guerra tendrás", dicen que la venganza es mala, que los sentimientos no se deben mezclar con eso, sino con unas Jagger bien heladas, unos cigarros y mucha, pero mucha inspiración, pero como mencioné al inicio mi yo, y mi "super yo" ya estaban parados en esa ciudad lejana.

Las ganas de superhéroe se me fueron cuando tuve que subir al taxi (tenía miedo), aún así yo y todos mis demonios se subieron:

- Llévame a la entrada de Puente Blanco por favor (el nombre me sonaba a un lugar poco confiable, de esos que ves en la televisión), pero todo el miedo se esfumó cuando te vi, antes de llegar me preguntaba cómo iba saludarte, pensé en darte un beso en la mejilla, total ya habíamos dejado de querernos, el tiempo y la distancia habían hecho bien su trabajo, nuestros pinches orgullos siempre jugaron en contra, siempre fuimos huracán que acabó en destrozos, pero en fin, ese es un tema a parte...

Yo, caprichosamente quería sentir si había algo de aquel pasado, me recibiste con un beso en la boca y volviste a romper mi coraza... seguía sintiendo ese no sé qué por ti, tal vez era parte del momento, qué sé yo... aun así, tenía las mismas ganas de molestarte, de reír contigo, de besarte, de morderte, de observarte y quererte (como si los meses solo hubieran sido un vaivén de ayer). Estaba confundida.

Donde las cosas no son mutuas es mejor partir (decía mi madre y todas las mujeres con una gran autoestima), aunque el corazón duela, aunque haya parchado esos días en los que dejaste de escribirme, en los que huíste de "problemas", sin pensar que me dejabas con mil historias por contarte en la puerta, cerraste y se acabó.

Estando ahí en la cama esa noche, te observaba, y me preguntaba qué había sido del Enrique que conocí, del chico por el cual escuchaba sin parar esa canción lacrimógena de Laferte: "flaco", esa canción que iba acorde con el invierno de los meses pasados, sentí que nada, absolutamente nada había quedado, no te reconocí a ti, ni a mi misma, tenía esa duda existencial de "¿qué diablos estás haciendo aquí oveja negra?", pero el lado masoquista y el placer de jugar con nuestras manos pudo más, no me arrepiento, las acciones que realizamos nos llevan como consecuencia a otras donde deseamos estar, sea una buena salida o el peor de los abismos. 

- ¿ Por qué dejaste de escribir-me?

- No sé - fue tú respuesta escueta. 

Suficiente para darme cuenta que no pertenecía ahí.

(Hago un paréntesis aquí porque la pinche inspiración de había largado por meses)

Mi buen amigo Benja, quien se vuelve mi cómplice cuando de escritos se trata, me dijo: "Vuelve a inspirarte, termina esa historia, lee al tío Bukoswky, se tu misma" (no pude sacar esa idea de mi cabeza y aquí me tienen).

Cuando te encuentras en tu etapa cojuda es difícil reflexionar, y darte cuenta de las cosas, parece que los días se vuelven infinitos y la palabra melancolía, la pinche palabra melancolía no se quiere divorciar de ti, tenía que acabar esta historia para expulsar mis demonios, duendes, ángeles, hadas (estoy exagerando un poco, lo sé) y voltear la página como dicen muchos.

Abrí la herida y comencé a sacar uno a uno tus malditos recuerdos: la estación del tren, el día y la hora en que nos conocimos, nuestras conversaciones, los te quiero, mis bromas y desplantes, tus celos y berrinches, los viajes postergados, los besos repartidos sin medida, tus escritos a mano, mis escritos lacrimógenos. Todo, absolutamente todo tuve que tomarlo y arrancarlo de mi corazón, aunque dicen que los desamores los guardas en el alma, yo ya no quise guardar nada, debía sanar.

A veces no nos damos cuenta de cuánto damos y a cuánto nos acostumbramos, cometí el error de llevarte por los sitios que frecuentaba, de contarte mis fallidos en la natación, de mis desventuras y temores, de mi día a día, confieso que a estas alturas ya puedo pasar por las calles que evitaba inconscientemente. Y pasar de lo más campante, silbando un rock , bailando sin tropezar con algún recuerdo tuyo.

No te deseo el mal, definitivamente no. Te conocí un día que no tenía puesta la armadura y no te culpo (decía una escritora por ahí). Todo sana cuando aceptas. El karma como siempre se encargará de ti.  Desearía, decirte tantas cosas al estilo de Natalia Málaga, pero para qué gastar energía innecesaria (te doy el regalo de imaginarlo, des-vestida como ese sueño que tanto te atormentaba).

Me voy para encontrarme nuevamente. Volteamos la página.